¿Y si…?

¿Cuántas veces habremos enunciado una frase que comenzara así, con el famoso ¿Y si…? Yo es raro el día que no gasto una, y es que todos nos preguntamos alguna vez que hubiera pasado si las cosas no fueran como son. Este tipo de frases se pueden aplicar a todas las circunstancias de la vida cotidiana, y la Fórmula Uno no es una excepción. Lo que voy a contar en las próximas líneas es una historia muy poco conocida, y que podría haber cambiado la historia de la Fórmula Uno contemporánea de forma radical.

 

Estamos a finales de 1991, en Stuttgart, Alemania. En la sede de Mercedes se ultiman los flecos pendientes para una incorporación que despertaba mucha ansiedad y sobre todo ilusión. Bueno, en verdad no era una incorporación, sino un retorno, tras casi 40 años de inactividad… Bueno, se llame como se llame, el caso es que volvían las flechas de plata.

Pues eso, hablemos…

Estamos en un momento en el que España está a rebosar de expertos de F-1. Obviamente esto lo digo de coña, porque expertos expertos, lo que se dice expertos, ninguno he visto. Ahora, el número de fórofos del fútbol que ahora hablan de reglajes y telemetría como si supieran de lo que hablan, se cuenta por millones. Como el número de «periolistos», perdón, quise decir periodistas, que en vez de informar y crear cultura automovilística, desinforman y crean forofismo. Y este deporte, señores que lo conocieron con un tal Alonso, no admite forofos. Aquí un fallo es un fallo, un segundo es un segundo, y no admite otras interpretaciones. No es como el penalty que le han hecho al delantero de mi equipo. No señor.